Esto empieza como los cuentos, porque solo los cuentos pueden tener finales tan inverosímiles y difíciles de creer. Lo malo es que en los cuentos los finales son felices, en este, el final es tan triste como la propia historia. Había una vez dos hermanos; se criaron separados, cada uno llevo una vida diferente, ambos pudieron elegir en quien convertirse, ambos tuvieron el mundo a su disposición. Los dos decidieron sus caminos, alguna vez se enamoraron, alguna vez rieron tan fuerte y tan alto que acabaron llorando, alguna vez abrazaron a la gente que querían tanto que temieron romper sus costillas.
Ambos participaron en las obras de teatro del colegio, ambos alguna vez, por fingir ser valientes dijeron que esa peli de terror no les daba miedo.
Ambos soñaban, dormían, comían, respiraban, sentían.Tenían diferencias físicas, el pequeño tenía el pelo largo, los ojos de la noche más oscura, adornaba su oreja y su labio con pendientes de acero negro.
El mayor ya se había quedado calvo, llevaba en los ojos el color del mar para que lo pudieran ver quienes no tenían orilla y escondía en la barba la nieve y los años. También tenían diferencias en música y aficiones, en gustos y en vivencias.
Pero ambos eran hermanos, porque aunque se criaran separados, porque aunque no se conocían; los dos habían nacido en la misma tierra y se habían alimentado de la misma madre. Una vez, los hermanos se encontraron en una fiesta y vieron lo diferentes que eran, no tenían nada que reprocharse porque no se conocían, y podían, como hermanos, haber descubierto que tenían también millones de cosas en común.
Podían haber usado sus diferentes gustos musicales para enseñarse mutuamente nuevos ritmos. Sus estilos de vestir para combinarlos y hacer una nueva moda, sus experiencias personales para curarse las heridas del corazón (de esas tenemos todos) podían, pero no lo hicieron. Esa noche, después de insultar a su hermano mayor por ser diferente a èl, el pequeño cogió una silla de metal y asestó golpes al mayor en la cabeza hasta que cerró los ojos, haciendo oscuro al mar para siempre.
Fin.
Esto es un cuento, uno de los más ridiculos, absurdos, y penosos que he escrito pero por increíble que parezca… Bienvenidos a la cruda realidad.
En memoria de Victor Laínez. Escrito por : Juliet Kent