Un total de 39 adolescentes observa unos grandes paneles verticales y se sienta alrededor de un tapiz rectangular que cubre el suelo. Inmersos en la oscuridad de la sala, el brillo de unos móviles demuestra que algunos están más pendientes de su Instagram que de lo que ven a su alrededor. Otros, en cambio, observan absortos. En el término medio entre ambos, los que deciden mirar a través de sus cámaras para contarles a sus seguidores dónde están: en la exposición 2.0 del arte de Vincent van Gogh, la Van Gogh Alive.
En el Círculo de Bellas Artes de Madrid no hay ninguna obra original del pintor holandés. Los girasoles siguen en Múnich; La iglesia de Auvers-sur-Oise no se ha movido del museo de Orsay parisino. Lo más parecido es una reproducción a tamaño real de La habitación de Arlés, en la que algo tan sencillo como una cama, una silla, unos cuadros y pocos lujos más ayudan a entender la concepción del arte de Van Gogh, su filosofía cromática y sus juegos con la perspectiva. Lo diferente respecto a una pinacoteca convencional es que las obras se proyectan en los paneles y se explican audiovisualmente los periodos pictóricos del artista.
Esta muestra moderna se vale de los recursos multimedia para invadir de arte los sentidos del visitante. La vista se deleita con los detalles de los cuadros de Van Gogh mientras se recorre la tortuosa vida del artista, una vida en la que, como se aprecia en sus fases artísticas, la automutilación de su oreja fue poco menos que una anécdota. Al oído se le estimula a través de los Nocturnos de Chopin; el Claro de luna de Debussy; piezas de Wagner, autor favorito del pintor holandés por los “dramas musicales” que presentaba; y unos acordes que a los más jóvenes les sonarán sospechosamente a la banda sonora de Harry Potter.
Las pantallas diseccionan las obras más reconocidas del protagonista de la exhibición. Con precisión permiten al espectador percibir el mimo con el que Van Gogh plasmaba su amarillo, porque lo hizo suyo, los tonos ocres o los campesinos trabajando los viñedos rojos ante la atenta mirada de un sol que se funde con el horizonte y refleja sus últimos rayos en un río. El autor holandés demostró su admiración y la influencia recibida por parte del realista Millet, especialmente en su fase pictórica inicial, cuando retrató la vida cotidiana de finales del siglo XIX.
Una invitada ineludible al Círculo de Bellas Artes es La noche estrellada, tanto sobre el Ródano como la visión desde el sanatorio donde el pintor pasó los últimos años de su vida y de su legado artístico. Los distintos e infinitos tonos de azul sirven de colchón para la comodidad de los astros que dibuja Van Gogh desde la prisión de su locura. Son piezas maestras de un autor clave para el posimpresionismo y valedor de las posteriores vanguardias, pues su amistad con Gauguin abrió la senda a nuevas mezclas y estilos artísticos.
El extenso legado literario de Vincent Van Gogh se combinó con su paleta para reflejar las inquietudes de una mente atormentada de la que su hermano Theo siempre trató de cuidar. Su sufrimiento final se expresa en las pantallas mediante, nuevamente, la imagen y el sonido; el ruido de un disparo sorprende al espectador mientras unos cuervos aparecen en los paneles. Un disparo como con el que uno de los grandes artistas de todos los tiempos puso fin a su vida con 37 años.
Después de la proyección y de unos tímidos aplausos adolescentes, los visitantes se mueven por un espacio iluminado tenuemente y con multitud de paneles para conocer mejor al pintor. En ellos se relata su indiferencia hacia la escasa popularidad de sus obras en esa época, pues apenas vendió alguna de su prolífico repertorio: “No puedo cambiar el hecho de que mis cuadros no se vendan. Sin embargo, el tiempo hará que la gente reconozca que mis cuadros valen más que el valor de las pinturas utilizadas en él”.
Los chavales que estaban sentados en el suelo han vivido con diversidad de intereses la exposición sobre Van Gogh. Han recorrido 130 kilómetros desde el colegio Nuestra Señora de la Consolación de Quintanar de la Orden (Toledo) para conocer de una forma más moderna las obras del artista holandés. Para Carmen Torres, profesora de historia y responsable de la iniciativa, “es una oportunidad única para ver algo distinto y conocer mejor a Van Gogh. Que sea en este formato audiovisual ayuda a que lo vean más cercano y se identifiquen con el arte”.
Una de sus alumnas, elegida casi unánimemente como portavoz, es María Escudero, de 16 años. Forma parte de la comitiva de tercero y cuarto de la ESO que se ha desplazado a Madrid para saber más sobre un pintor que han conocido más en detalle en las clases de Carmen. María considera que “los cuadros imponen, los colores se notan muy bien en pantallas tan grandes” y valora lo “sorprendente” que es recorrer “las etapas pictóricas de Van Gogh” de una forma multimedia.
Patricia Martín, de 27 años, ha disfrutado de la representación del que es uno de sus pintores predilectos, aunque no puede quedarse con un cuadro favorito. Para ella, Los lirios son la “auténtica expresión de la belleza”, no en vano los tiene una lámina en el escritorio de su habitación. Sin embargo, La habitación de Arlés le transmite algo más, merced también al misterioso lienzo en blanco de la pared izquierda; es una emoción que no acierta a definir. La pintura de Van Gogh supone que quien observa sus cuadros, o pantallas, se encuentre ante el eterno reto del arte de elegir entre belleza y sentimiento.
Texto y Fotografía: @juan13navarro